A 76 días del CoMiNa4
Seguimos reflexionando en grupo para ir formando nuevos conceptos. Pasamos de reconocernos, a saber qué hacíamos. Ahora el pan se está poniendo más duro y hay que morder fuerte. Animémonos a seguir reflexionando, y entendiendo la cosa, pasemos a la acción.
Argentina, como todo el Continente Americano, es un
mosaico cultural. Coexisten en ella diversas culturas: indígenas,
afroamericanos, campesina criolla (mestiza), urbana y suburbana, migrantes.
Esta diversidad cultural es un hecho que está a la vista
y una riqueza a disfrutar y a compartir. No siempre esta diversidad cultural es
tenida en cuenta y, a veces, se la ignora completamente. (Cf. IPCAM4, 59).
Vivimos en una cultura globalizada postmoderna. El documento
de Aparecida la ha definido de manera breve pero atinada: “Esta cultura se
caracteriza por la auto referencia por el otro, a quien no se necesita y
tampoco se siente responsable. Se prefiere vivir día a día, sin programa a
largo plazo ni apegos personales o familiares y comunitarios. Las relaciones
humanas se consideran objetos de consumo, llevando a relaciones afectivas sin
compromiso responsable y definitivo”
(DA 46).
Esta cultura no
prioriza la familia, la amistad, el compromiso con la comunidad, los derechos
humanos. (Cf.IPCAM4, 68)
La postmodernidad se caracteriza por la aparición de una
nueva racionalidad. “Era normal que se llegara al hastío y a la búsqueda de un
nuevo modo de racionalidad.
El hombre moderno es hedonista y consumista, como le
enseña el sistema... Nuestro hombre compra cada mañana una cosa nueva y a la tarde
la tira porque es vieja. Relativista y escéptico, prefiere un pensamiento débil
y fragmentario que no le comprometa a nada.
Humberto Eco define nuestra época como la época del
feeling (sentimiento). Se vive del sentimiento más que de la verdad. Se vive de
impresiones, de impactos sensoriales o emocionales, de lo efímero” (Cardenal
Paul Poupard). (Cf.IPCAM4, 69)
¿Cómo anunciar el Evangelio en estos contextos
culturales?
En primer lugar la fe y el Evangelio deben ser expresadas
en las categorías culturales de los evangelizados para que calen profundamente
en sus corazones. Esa “nueva expresión de fe a través de nuevos símbolos,
lengua y cultura hace, no sólo que el Evangelio se enriquezca sino que nazca
una nueva manera de ser iglesia dentro de la misma Iglesia de Jesucristo.
(Cf.IPCAM4, 72)
Así, estamos ante la realidad de que el destinatario no
es único, uniforme ni estático sino que hay una gran variedad de situaciones,
las cuales están sometidas a cambios constantes especialmente por influencia de
la cultura globalizada. Esto nos abre el camino a la diversificación de
propuestas pastorales para no anunciar la Buena Noticia superficialmente, como
un barniz. La salvación que se ofrece a las personas a través de la
inculturación del Evangelio, debe abarcar todos los aspectos de la existencia:
personal, comunitario, social, político, espiritual. Por ello la evangelización
no debe ser sólo inculturada sino liberadora.
Si la evangelización no logra hacer pasar de condiciones de
vida menos humanas a condiciones de vida más humanas es que todavía no ha
cumplido su cometido plenamente. Se trata de una liberación integral: de las
esclavitudes personales, de las injusticias sociales, del pecado. Dado que el
ser humano es débil y pecador, la evangelización inculturada y liberadora es
más un quehacer permanente que una conquista alcanzada.
Por eso, la Iglesia debe insertarse en las culturas
“subalternas” para, con sus valores y los valores evangélicos contrarrestar los
desvalores de las culturas “hegemónicas”. En las culturas subalternas encontramos
valoración de la familia, comunitarismo, solidaridad, fe en el Dios de la vida
(Cf. DA 57). (Cf.IPCAM4, 74-76)
De la multiculturalidad a la interculturalidad
Cuando hablamos de multiculturalidad y pluriculturalidad se
hace referencia a la coexistencia de distintas culturas, cada una de ellas como
diferente a las otras y destacando el respeto mutuas.
Cuando hablamos de interculturalidad ponemos de relieve
las convergencias de las culturas sobre las cuales establecer vínculos y puntos
en común. La interculturalidad pone el acento en el aprendizaje mutuo, la
cooperación y el intercambio situando la convivencia entre diferentes en el
centro de su programa.
La relación intercultural se rige por estos principios:
1) Principio de la igualdad entre las culturas: todas las
culturas son iguales y, por ello, no hay culturas superiores ni culturas
inferiores;
2) Principio de la diferencia entre las culturas: las
culturas son diferentes y exigen ser aceptadas como diferentes;
3) Principio de la interacción positiva entre las
culturas: las culturas pueden enriquecerse mutuamente;
4) Principio de la identidad personal y cultural: el
encuentro cultural se lleva a cabo a partir de la identidad de las personas y
de las culturas.(Cf. Rafael Sáez Alonso, Vivir interculturalmente, aprender un
nuevo estilo de vida, CCS, Madrid, 2006). Un mundo en vías de secularización (Cf.IPCAM4,
85-101)
La secularización es un proceso de transformación de las
sociedades donde lo religioso es desplazado, dejando de ejercer una función de
tutoría sobre otras instancias e instituciones sociales.
Desde una acepción positiva, el Vaticano II dice que las
realidades terrenales y las sociedades gozan de leyes y valores propios que el
hombre ha de descubrir, aprovechar y ordenar progresivamente. Hay que exigir
esa autonomía porque no sólo la reclaman nuestros contemporáneos sino que es
algo conforme a la voluntad del creador (cf.GS 36). La Iglesia también
respeta la autonomía de la ciencia (GS 36) y de la
política.
La secularización como fenómeno positivo permite el progreso
legítimo de la ciencia y de la técnica en un ámbito de autonomía propia
recordando que hay que colocar ese proceso dentro de un marco de referencia
ético.
La sana secularización contribuye a una vida de fe más
autentica. Se delimita lo que no se espera de la fe como las legitimaciones
religiosas sacralizadoras de los poderes o estructuras de este mundo,
conocimientos que exigen mediaciones científicas, modelos acabados de
organización social, una cierta idea de Dios, y su modo de intervención en el
mundo y la eficacia de la oración en la historia.
A diferencia de los países llamados del Primer Mundo
donde la secularización es fundamentalmente de tipo científico-técnico, en
América Latina es predominantemente política. Se llega a pensar que la razón de
la ciencia política y la praxis revolucionaria son suficientes para transformar
la historia y las estructuras.
Los mesianismos políticos son una buena expresión de esa
mentalidad.
Antes se nacía cristiano. Se vivía en un ambiente
cristiano que nos iba configurando. Se respiraba fe cristiana. Pero los tiempos
han cambiado. Vivimos en un mundo globalizado donde los ejes son las
corporaciones y los grandes especuladores que mediatizan los Estados y la
opinión pública confundiendo individualidad con individualismo.
Se dan en América situaciones de potsecularización o de
convivencia pacífica entre creyentes y no creyentes que implica respeto a las
diferentes visiones del mundo y reconocimiento de que las dos partes aportan a
la humanización de la vida pública.
Además, en América Latina, el pueblo tiene hondas raíces
religiosas. La religiosidad popular es una síntesis de evangelización y de
elementos de las culturas populares. Ella es una inculturación de la fe
cristiana hecha por el propio pueblo (Cf Iglesia en América 16), muchas veces
en reacción contra la ausencia de inculturación por parte de la autoridad
eclesial.
La religiosidad popular debe ser asumida y evangelizada.
Asumida porque ella es una expresión auténtica de fe.
Evangelizada porque es una fe imperfecta. “Si la iglesia no interpreta la
religión del pueblo latinoamericano, se producirá un vacío que lo ocuparan las sectas,
los mesianismos políticos secularizados, el consumismo que produce hastío y la
indiferencia o el pansexualismo pagano” (Puebla 469),
Lo que no es
asumido no es redimido dice la teología clásica.
La religiosidad popular se mantiene junto a las
tendencias secularizadoras. Ello es motivo de esperanza y vía evangelizador
para la Iglesia.
Además han hecho su aparición nuevos movimientos religiosos
influenciados por la Nueva Era, el agnosticismo y las religiones orientales.
Estos movimientos enfatizan la espiritualidad intimista y generan una
separación entre la vida privada y la social, a pesar de que algunos se
adhieren al pacifismo y al ecologismo en forma poco concreta.
Son flexibles en lo doctrinal y en lo moral.
Aunque gran parte
de estos grupos se presentan como una reacción contra la secularización en su
surgimiento y desarrollo se entrecruzan diversos factores: respuesta a la sed
espiritual, búsqueda del sentido de la vida, desatención a la espiritualidad y
la mística por parte de la Iglesia.
También asistimos al redescubrimiento y valoración de las
tradiciones religiosas indígenas. La teología “india” cristiana pretende
articular, precisamente la fe cristiana con esas tradiciones. El indígena tiene
una visión religiosa del mundo. Se da una unidad entre lo religioso, lo
cultural y lo social.
Pero además nos encontramos con la posibilidad de una
autonomía de lo temporal mal entendida que fue advertida por el Concilio
Vaticano II.
Esta idea conduce a secularismo o ateísmo: “si la
autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de
Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador no hay creyente
alguno al que se le escape la falsedad envuelta en tales palabras” (GS 36).
Entre las propuestas presentadas al Santo Padre por el
último Sínodo de Obispos, se recuerda que “somos cristianos que vivimos en un
mundo secularizado. Mientras que el mundo es y seguirá siendo creación de Dios,
la secularización pertenece a la esfera de la cultura humana. Como cristianos,
no podemos permanecer indiferentes ante el proceso de secularización: nos
hallamos, efectivamente, en una situación similar a la de los primeros
cristianos, y en este sentido debemos considerarla tanto un reto como una posibilidad.
Aunque vivimos en este mundo, no somos de este mundo (cf. Jn 15, 19; 17, 11 y
16).
El anuncio de la Buena Nueva en contextos diferentes del
mundo -caracterizados por los procesos de la globalización y de la
secularización-, plantea diferentes desafíos a la Iglesia: a veces por una
persecución religiosa declarada, otras veces por una indiferencia, interferencia,
restricción u hostilidad generalizadas.
El Evangelio ofrece una visión de la vida y del mundo no
se puede imponer, sino solo propuesta, como la Buena Noticia del amor gratuito
de Dios y de la paz. Su mensaje de verdad y de belleza puede ayudar a las
personas a liberarse de la soledad y de la falta de sentido, a las cuales las
condiciones de vida de la sociedad postmoderna a menudo la relegan.
Un secularismo (ateísmo teórico) estricto en América Latina
es excepcional.
Lo que si es evidente es una idolatría que pretende creer
al mismo tiempo en el verdadero Dios y que da culto a los falsos dioses del tener,
el poder y el placer.
La separación
entre la fe y la vida personal y pública es un drama también entre nosotros.
El indiferentismo
va ganando terreno.
PARA PENSAR INDIVIDUALMENTE Y COMPARTIR EN EL EQUIPO.
La realidad planteada nos presenta desafíos a los que
debemos responder como discípulos misioneros. Por eso les invitamos a pensar y conversar en
el equipo:
¿En nuestra realidad pastoral se dan procesos de
interculturalidad o solamente hay una pluriculturalidad?
¿Tenemos en cuenta los elementos culturales para nuestra
tarea misionera? ¿Cuáles son los desafíos que nos presenta el mundo
secularizado en el que vivimos?
¿Hacemos esfuerzos para llegar a todas las realidades
culturales?
¿Cómo podemos evangelizar los ambientes secularizados?¿Cómo podemos avanzar en el diálogo con los nuevos grupos
religiosos?