jueves, 30 de mayo de 2013

Multiculturalidad, interculturalidad y secularización


 A 76 días del CoMiNa4


Seguimos reflexionando en grupo para ir formando nuevos conceptos. Pasamos de reconocernos, a saber qué hacíamos. Ahora el pan se está poniendo más duro y hay que morder fuerte. Animémonos a seguir reflexionando, y entendiendo la cosa, pasemos a la acción.


Argentina, como todo el Continente Americano, es un mosaico cultural. Coexisten en ella diversas culturas: indígenas, afroamericanos, campesina criolla (mestiza), urbana y suburbana, migrantes.

Esta diversidad cultural es un hecho que está a la vista y una riqueza a disfrutar y a compartir. No siempre esta diversidad cultural es tenida en cuenta y, a veces, se la ignora completamente. (Cf. IPCAM4, 59).

Vivimos en una cultura globalizada postmoderna. El documento de Aparecida la ha definido de manera breve pero atinada: “Esta cultura se caracteriza por la auto referencia por el otro, a quien no se necesita y tampoco se siente responsable. Se prefiere vivir día a día, sin programa a largo plazo ni apegos personales o familiares y comunitarios. Las relaciones humanas se consideran objetos de consumo, llevando a relaciones afectivas sin compromiso responsable y definitivo”
(DA 46).

 Esta cultura no prioriza la familia, la amistad, el compromiso con la comunidad, los derechos
humanos. (Cf.IPCAM4, 68)

La postmodernidad se caracteriza por la aparición de una nueva racionalidad. “Era normal que se llegara al hastío y a la búsqueda de un nuevo modo de racionalidad.
El hombre moderno es hedonista y consumista, como le enseña el sistema... Nuestro hombre compra cada mañana una cosa nueva y a la tarde la tira porque es vieja. Relativista y escéptico, prefiere un pensamiento débil y fragmentario que no le comprometa a nada.

Humberto Eco define nuestra época como la época del feeling (sentimiento). Se vive del sentimiento más que de la verdad. Se vive de impresiones, de impactos sensoriales o emocionales, de lo efímero” (Cardenal Paul Poupard). (Cf.IPCAM4, 69)

¿Cómo anunciar el Evangelio en estos contextos culturales?


En primer lugar la fe y el Evangelio deben ser expresadas en las categorías culturales de los evangelizados para que calen profundamente en sus corazones. Esa “nueva expresión de fe a través de nuevos símbolos, lengua y cultura hace, no sólo que el Evangelio se enriquezca sino que nazca una nueva manera de ser iglesia dentro de la misma Iglesia de Jesucristo. (Cf.IPCAM4, 72)

Así, estamos ante la realidad de que el destinatario no es único, uniforme ni estático sino que hay una gran variedad de situaciones, las cuales están sometidas a cambios constantes especialmente por influencia de la cultura globalizada. Esto nos abre el camino a la diversificación de propuestas pastorales para no anunciar la Buena Noticia superficialmente, como un barniz. La salvación que se ofrece a las personas a través de la inculturación del Evangelio, debe abarcar todos los aspectos de la existencia: personal, comunitario, social, político, espiritual. Por ello la evangelización no debe ser sólo inculturada sino liberadora.

Si la evangelización no logra hacer pasar de condiciones de vida menos humanas a condiciones de vida más humanas es que todavía no ha cumplido su cometido plenamente. Se trata de una liberación integral: de las esclavitudes personales, de las injusticias sociales, del pecado. Dado que el ser humano es débil y pecador, la evangelización inculturada y liberadora es más un quehacer permanente que una conquista alcanzada.

Por eso, la Iglesia debe insertarse en las culturas “subalternas” para, con sus valores y los valores evangélicos contrarrestar los desvalores de las culturas “hegemónicas”. En las culturas subalternas encontramos valoración de la familia, comunitarismo, solidaridad, fe en el Dios de la vida (Cf. DA 57). (Cf.IPCAM4, 74-76)

De la multiculturalidad a la interculturalidad


Cuando hablamos de multiculturalidad y pluriculturalidad se hace referencia a la coexistencia de distintas culturas, cada una de ellas como diferente a las otras y destacando el respeto mutuas.

Cuando hablamos de interculturalidad ponemos de relieve las convergencias de las culturas sobre las cuales establecer vínculos y puntos en común. La interculturalidad pone el acento en el aprendizaje mutuo, la cooperación y el intercambio situando la convivencia entre diferentes en el centro de su programa.

La relación intercultural se rige por estos principios:
1) Principio de la igualdad entre las culturas: todas las culturas son iguales y, por ello, no hay culturas superiores ni culturas inferiores;
2) Principio de la diferencia entre las culturas: las culturas son diferentes y exigen ser aceptadas como diferentes;
3) Principio de la interacción positiva entre las culturas: las culturas pueden enriquecerse mutuamente;
4) Principio de la identidad personal y cultural: el encuentro cultural se lleva a cabo a partir de la identidad de las personas y de las culturas.(Cf. Rafael Sáez Alonso, Vivir interculturalmente, aprender un nuevo estilo de vida, CCS, Madrid, 2006). Un mundo en vías de secularización (Cf.IPCAM4, 85-101)

La secularización es un proceso de transformación de las sociedades donde lo religioso es desplazado, dejando de ejercer una función de tutoría sobre otras instancias e instituciones sociales.

Desde una acepción positiva, el Vaticano II dice que las realidades terrenales y las sociedades gozan de leyes y valores propios que el hombre ha de descubrir, aprovechar y ordenar progresivamente. Hay que exigir esa autonomía porque no sólo la reclaman nuestros contemporáneos sino que es algo conforme a la voluntad del creador (cf.GS 36). La Iglesia también
respeta la autonomía de la ciencia (GS 36) y de la política.

La secularización como fenómeno positivo permite el progreso legítimo de la ciencia y de la técnica en un ámbito de autonomía propia recordando que hay que colocar ese proceso dentro de un marco de referencia ético.
La sana secularización contribuye a una vida de fe más autentica. Se delimita lo que no se espera de la fe como las legitimaciones religiosas sacralizadoras de los poderes o estructuras de este mundo, conocimientos que exigen mediaciones científicas, modelos acabados de organización social, una cierta idea de Dios, y su modo de intervención en el mundo y la eficacia de la oración en la historia.
A diferencia de los países llamados del Primer Mundo donde la secularización es fundamentalmente de tipo científico-técnico, en América Latina es predominantemente política. Se llega a pensar que la razón de la ciencia política y la praxis revolucionaria son suficientes para transformar la historia y las estructuras.

Los mesianismos políticos son una buena expresión de esa mentalidad.
Antes se nacía cristiano. Se vivía en un ambiente cristiano que nos iba configurando. Se respiraba fe cristiana. Pero los tiempos han cambiado. Vivimos en un mundo globalizado donde los ejes son las corporaciones y los grandes especuladores que mediatizan los Estados y la opinión pública confundiendo individualidad con individualismo.

Se dan en América situaciones de potsecularización o de convivencia pacífica entre creyentes y no creyentes que implica respeto a las diferentes visiones del mundo y reconocimiento de que las dos partes aportan a la humanización de la vida pública.

Además, en América Latina, el pueblo tiene hondas raíces religiosas. La religiosidad popular es una síntesis de evangelización y de elementos de las culturas populares. Ella es una inculturación de la fe cristiana hecha por el propio pueblo (Cf Iglesia en América 16), muchas veces en reacción contra la ausencia de inculturación por parte de la autoridad eclesial.

La religiosidad popular debe ser asumida y evangelizada.
Asumida porque ella es una expresión auténtica de fe. Evangelizada porque es una fe imperfecta. “Si la iglesia no interpreta la religión del pueblo latinoamericano, se producirá un vacío que lo ocuparan las sectas, los mesianismos políticos secularizados, el consumismo que produce hastío y la indiferencia o el pansexualismo pagano” (Puebla 469),

 Lo que no es asumido no es redimido dice la teología clásica.
La religiosidad popular se mantiene junto a las tendencias secularizadoras. Ello es motivo de esperanza y vía evangelizador para la Iglesia.

Además han hecho su aparición nuevos movimientos religiosos influenciados por la Nueva Era, el agnosticismo y las religiones orientales. Estos movimientos enfatizan la espiritualidad intimista y generan una separación entre la vida privada y la social, a pesar de que algunos se adhieren al pacifismo y al ecologismo en forma poco concreta.

Son flexibles en lo doctrinal y en lo moral.

 Aunque gran parte de estos grupos se presentan como una reacción contra la secularización en su surgimiento y desarrollo se entrecruzan diversos factores: respuesta a la sed espiritual, búsqueda del sentido de la vida, desatención a la espiritualidad y la mística por parte de la Iglesia.

También asistimos al redescubrimiento y valoración de las tradiciones religiosas indígenas. La teología “india” cristiana pretende articular, precisamente la fe cristiana con esas tradiciones. El indígena tiene una visión religiosa del mundo. Se da una unidad entre lo religioso, lo cultural y lo social.

Pero además nos encontramos con la posibilidad de una autonomía de lo temporal mal entendida que fue advertida por el Concilio Vaticano II.

Esta idea conduce a secularismo o ateísmo: “si la autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador no hay creyente alguno al que se le escape la falsedad envuelta en tales palabras” (GS 36).

Entre las propuestas presentadas al Santo Padre por el último Sínodo de Obispos, se recuerda que “somos cristianos que vivimos en un mundo secularizado. Mientras que el mundo es y seguirá siendo creación de Dios, la secularización pertenece a la esfera de la cultura humana. Como cristianos, no podemos permanecer indiferentes ante el proceso de secularización: nos hallamos, efectivamente, en una situación similar a la de los primeros cristianos, y en este sentido debemos considerarla tanto un reto como una posibilidad. Aunque vivimos en este mundo, no somos de este mundo (cf. Jn 15, 19; 17, 11 y 16).


El anuncio de la Buena Nueva en contextos diferentes del mundo -caracterizados por los procesos de la globalización y de la secularización-, plantea diferentes desafíos a la Iglesia: a veces por una persecución religiosa declarada, otras veces por una indiferencia, interferencia, restricción u hostilidad generalizadas.

El Evangelio ofrece una visión de la vida y del mundo no se puede imponer, sino solo propuesta, como la Buena Noticia del amor gratuito de Dios y de la paz. Su mensaje de verdad y de belleza puede ayudar a las personas a liberarse de la soledad y de la falta de sentido, a las cuales las condiciones de vida de la sociedad postmoderna a menudo la relegan.

Un secularismo (ateísmo teórico) estricto en América Latina es excepcional.
Lo que si es evidente es una idolatría que pretende creer al mismo tiempo en el verdadero Dios y que da culto a los falsos dioses del tener, el poder y el placer.
 La separación entre la fe y la vida personal y pública es un drama también entre nosotros.

 El indiferentismo va ganando terreno.

PARA PENSAR INDIVIDUALMENTE Y COMPARTIR EN EL EQUIPO.

La realidad planteada nos presenta desafíos a los que debemos responder como discípulos misioneros.  Por eso les invitamos a pensar y conversar en el equipo:
¿En nuestra realidad pastoral se dan procesos de interculturalidad o solamente hay una pluriculturalidad?
¿Tenemos en cuenta los elementos culturales para nuestra tarea misionera? ¿Cuáles son los desafíos que nos presenta el mundo secularizado en el que vivimos?
¿Hacemos esfuerzos para llegar a todas las realidades culturales?
¿Cómo podemos evangelizar los ambientes secularizados?¿Cómo podemos avanzar en el diálogo con los nuevos grupos religiosos?



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